“Si no eres tú, ¿quién? Si no es aquí, ¿dónde? Si no es ahora, ¿cuándo?"
martes, 17 de agosto de 2010
BERLIN FESTIVAL 2010
Amiina, Lali Puna, Boys Noize y muchos, muchos más
RECORDANDO MÁS Y MÁS Y MÁS
viernes, 13 de agosto de 2010
MEMORIA CELULAR (II)
“Las características, los hábitos, las tendencias, tanto en cuanto a virtudes o deficiencias, están no sólo en el ADN, sino también en todo el sistema de memoria del cuerpo: cerebro, espina dorsal, terminales nerviosas, etc, etc. Se han encontrado neuronas en el corazón, en el estómago. La comunidad científica está abriendo los ojos a que haya memoria más allá del cerebro, y con el tiempo las irá hallando en todos los órganos internos”, expresa Luis Ángel Díaz, autor del libro “Las memorias en las células”, editado por Kier.
El especialista en reactivación de la memoria celular asegura que es a través de la memoria celular que estamos condicionados a vivir la vida como la vivimos. Todo esto empezó con Paul Pearsall, que a pesar de haber sido considerado un loco por estudiar qué sucede cuando una persona recibe un órgano trasplantado, ahora está siendo cada vez más respetado. Él analiza cómo los rasgos, hobbies y limitaciones de la persona que donó el órgano se transmiten (o no) al receptor.
Se pueden heredar tendencias virtuosas, se ha comprobado por ejemplo que hay personas a las que ni siquiera les interesaba la poesía y después de un trasplante del corazón comienzan a escribirla. También se detectaron cambios en la sexualidad, como en el caso de una mujer que era lesbiana y después de la operación deja de serlo. Inclusive se rastrearon variaciones en los hábitos alimentarios.
Lo que imprime la memoria en las células es el campo electromagnético, una energía que todos los seres humanos tenemos y que en la Antigüedad se denominaba como “alma”. En algún otro momento se lo llamó subconsciente, la parte escondida del iceberg, esa adonde está toda la información que condiciona la vida de alguien.
El grado de condicionamiento que tenemos es altísimo, mayor del que podemos imaginar. El color de la piel, la forma de los ojos, de los órganos, de los huesos, de las articulaciones, todo está condicionado por nuestros antepasados. Del mismo modo, recibimos rasgos psicológicos y tendencias emocionales. Lo que pasa es que resulta sencillo aceptar que tengo la voz de mi tatarabuela para el canto, o el mismo talento de mi abuelo para los deportes. ¿Pero qué hay del resentimiento, de los celos, del miedo a estar solo, del temor a que me maltraten? ¿Y sobre la necesidad de ser aprobado, aceptado, incluido?
El creador del método reactivación de la memoria celular, es tajante al decir que no es verdad que todo empieza en el momento del nacimiento. La vida en el útero es más importante que la vida que llevamos después del nacimiento, lo que vivimos a través de nuestra madre y las experiencias que ella tiene (miedos, cuidados, abandonos, traiciones, traumas, o felicidad) nos impactan de una manera muy fuerte, porque cuando estamos en el útero somos muy vulnerables, copiamos, imitamos a nuestra madre en lo que está sintiendo. Culturalmente se nos enseñó que la formación de nuestra personalidad comienza luego del nacimiento, pero las investigaciones muestran que viene de mucho antes y las generaciones pasadas nos condicionan muchísimo, con hábitos repetitivos en cuanto a conductas, tendencias, virtudes, deficiencias.
Es verdad que ciertas cosas no se pueden modificar, pero hay muchísimo que sí: los miedos, la adicción a estados emocionales de dolor como la ira o la depresión, la ansiedad. También es factible cambiar dolores físicos y contracciones eléctricas del campo electromagnético que afectan a los músculos o huesos adonde se produce la contracción. Pero para esto, es preciso tomar las riendas, algo que resulta sumamente difícil, porque nuestra cultura es de dependencia. Debemos educarnos desde lo emocional, porque nos hacemos adictos al dolor, a la tristeza, a las adicciones, a las obsesiones, las fobias, los resentimientos, la culpa, los miedos, la vergüenza.
http://multipress.com.mx/articulos.php?id_sec=2&id_art=7492&id_ejemplar=0
El especialista en reactivación de la memoria celular asegura que es a través de la memoria celular que estamos condicionados a vivir la vida como la vivimos. Todo esto empezó con Paul Pearsall, que a pesar de haber sido considerado un loco por estudiar qué sucede cuando una persona recibe un órgano trasplantado, ahora está siendo cada vez más respetado. Él analiza cómo los rasgos, hobbies y limitaciones de la persona que donó el órgano se transmiten (o no) al receptor.
Se pueden heredar tendencias virtuosas, se ha comprobado por ejemplo que hay personas a las que ni siquiera les interesaba la poesía y después de un trasplante del corazón comienzan a escribirla. También se detectaron cambios en la sexualidad, como en el caso de una mujer que era lesbiana y después de la operación deja de serlo. Inclusive se rastrearon variaciones en los hábitos alimentarios.
Lo que imprime la memoria en las células es el campo electromagnético, una energía que todos los seres humanos tenemos y que en la Antigüedad se denominaba como “alma”. En algún otro momento se lo llamó subconsciente, la parte escondida del iceberg, esa adonde está toda la información que condiciona la vida de alguien.
El grado de condicionamiento que tenemos es altísimo, mayor del que podemos imaginar. El color de la piel, la forma de los ojos, de los órganos, de los huesos, de las articulaciones, todo está condicionado por nuestros antepasados. Del mismo modo, recibimos rasgos psicológicos y tendencias emocionales. Lo que pasa es que resulta sencillo aceptar que tengo la voz de mi tatarabuela para el canto, o el mismo talento de mi abuelo para los deportes. ¿Pero qué hay del resentimiento, de los celos, del miedo a estar solo, del temor a que me maltraten? ¿Y sobre la necesidad de ser aprobado, aceptado, incluido?
El creador del método reactivación de la memoria celular, es tajante al decir que no es verdad que todo empieza en el momento del nacimiento. La vida en el útero es más importante que la vida que llevamos después del nacimiento, lo que vivimos a través de nuestra madre y las experiencias que ella tiene (miedos, cuidados, abandonos, traiciones, traumas, o felicidad) nos impactan de una manera muy fuerte, porque cuando estamos en el útero somos muy vulnerables, copiamos, imitamos a nuestra madre en lo que está sintiendo. Culturalmente se nos enseñó que la formación de nuestra personalidad comienza luego del nacimiento, pero las investigaciones muestran que viene de mucho antes y las generaciones pasadas nos condicionan muchísimo, con hábitos repetitivos en cuanto a conductas, tendencias, virtudes, deficiencias.
Es verdad que ciertas cosas no se pueden modificar, pero hay muchísimo que sí: los miedos, la adicción a estados emocionales de dolor como la ira o la depresión, la ansiedad. También es factible cambiar dolores físicos y contracciones eléctricas del campo electromagnético que afectan a los músculos o huesos adonde se produce la contracción. Pero para esto, es preciso tomar las riendas, algo que resulta sumamente difícil, porque nuestra cultura es de dependencia. Debemos educarnos desde lo emocional, porque nos hacemos adictos al dolor, a la tristeza, a las adicciones, a las obsesiones, las fobias, los resentimientos, la culpa, los miedos, la vergüenza.
http://multipress.com.mx/articulos.php?id_sec=2&id_art=7492&id_ejemplar=0
EL TIEMPO-EJE
En 1883 nació en Alemania Karl Jaspers, psicólogo y filósofo, asociado con el existencialismo de Nietzsche o Kierkegaard, aunque en realidad bastante lejano a estos señores de los que algún día hablaremos, al igual que de Jaspers, del que hablaremos mucho más adelante.
Lo saco a colación ahora por un concepto interesantísimo que propuso en su genial libro “Origen y meta de la historia”. Se trata de algo que el alemán denominaba “El Tiempo-Eje”, algo no concluyente ni palpable, algo mas allá del academicismo prepotente empeñado en demostrar todo. Se trataría de un “eje” trascendental para la historia del pensamiento de la humanidad, que según Jaspers, parece estar situado entre los siglos VI y II a.c.
En este periodo que Jaspers denomina “Tiempo-Eje” se concentran y coinciden multitud de hechos, personajes e ideas extraordinarias, tanto en oriente como en occidente.
En China viven Confucio y Lao-Tse, aparecen todas las direcciones y temáticas de la filosofía china, meditan Mo-Ti, Chuang-Tse, Lie-Tse y otros muchos. En la India surgen los Upanishads, vive Buda, se desarrollan también todas las tendencias filosóficas, muchas similares a las occidentales (materialismo, sofistica, nihilismo…). En Iran enseña Zoroastro la doctrina dualista del bien contra el mal y viceversa. En Palestina surgen los profetas, desde Elias, siguiendo con Isaías y Jeremías. En Grecia encontramos a Homero, los filósofos (Parmenides, Heráclito, Platón), los trágicos, Arquímedes…
Y lo más importantes es que todos estos nombres, filosofías e ideas surgen sin que supieran unos de otros. Eso es lo maravilloso del “Tiempo-Eje”. En todos estos lugares el hombre toma conciencia simultáneamente de sí mismo y de sus límites. Siente el mundo como un lugar terrible y despiadado, y se ve a sí mismo impotente ante el devenir de los acontecimientos. Y esto le lleva a formularse preguntas radicales y trascendentales (¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué morimos? ¿Por qué nacemos?...)
http://plqhq.blogspot.com/2010/07/el-ser-humano-toma-conciencia-el-tiempo.html
Lo saco a colación ahora por un concepto interesantísimo que propuso en su genial libro “Origen y meta de la historia”. Se trata de algo que el alemán denominaba “El Tiempo-Eje”, algo no concluyente ni palpable, algo mas allá del academicismo prepotente empeñado en demostrar todo. Se trataría de un “eje” trascendental para la historia del pensamiento de la humanidad, que según Jaspers, parece estar situado entre los siglos VI y II a.c.
En este periodo que Jaspers denomina “Tiempo-Eje” se concentran y coinciden multitud de hechos, personajes e ideas extraordinarias, tanto en oriente como en occidente.
En China viven Confucio y Lao-Tse, aparecen todas las direcciones y temáticas de la filosofía china, meditan Mo-Ti, Chuang-Tse, Lie-Tse y otros muchos. En la India surgen los Upanishads, vive Buda, se desarrollan también todas las tendencias filosóficas, muchas similares a las occidentales (materialismo, sofistica, nihilismo…). En Iran enseña Zoroastro la doctrina dualista del bien contra el mal y viceversa. En Palestina surgen los profetas, desde Elias, siguiendo con Isaías y Jeremías. En Grecia encontramos a Homero, los filósofos (Parmenides, Heráclito, Platón), los trágicos, Arquímedes…
Y lo más importantes es que todos estos nombres, filosofías e ideas surgen sin que supieran unos de otros. Eso es lo maravilloso del “Tiempo-Eje”. En todos estos lugares el hombre toma conciencia simultáneamente de sí mismo y de sus límites. Siente el mundo como un lugar terrible y despiadado, y se ve a sí mismo impotente ante el devenir de los acontecimientos. Y esto le lleva a formularse preguntas radicales y trascendentales (¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué morimos? ¿Por qué nacemos?...)
http://plqhq.blogspot.com/2010/07/el-ser-humano-toma-conciencia-el-tiempo.html
jueves, 12 de agosto de 2010
martes, 10 de agosto de 2010
miércoles, 4 de agosto de 2010
martes, 3 de agosto de 2010
El síndrome del coronel tapioca
Hace treinta y dos años desaparecí en la frontera entre Sudán y Etiopía. En realidad fueron mi redactor jefe, Paco Cercadillo, y mis compañeros del diario Pueblo los que me dieron como tal; pues yo sabía perfectamente dónde estaba: con la guerrilla eritrea. Alguien contó que había habido un combate sangriento en Tessenei y que me habían picado el billete. Así que encargaron a Vicente Talón, entonces corresponsal en El Cairo, que fuese a buscar mi fiambre y a escribir la necrológica. No hizo falta, porque aparecí en Jartum, hecho cisco pero con seis rollos fotográficos en la mochila; y el redactor jefe, tras darme la bronca, publicó una de esas fotos en primera: dos guerrilleros posando como cazadores, un pie sobre la cabeza del etíope al que acababan de cargarse.
Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto. Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.
Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá -de sirios y troyanos, oí decir el otro día-. Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica. Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.
Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí -imagínense cómo se agobian éstas- y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver. Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo. Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi. Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro. Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa. Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales. Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.
Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet. Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas. Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos. Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.
ARTURO PEREZ-REVERTE
http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/440/el-sindrome-del-coronel-tapioca/
Lo interesante de aquello no es el episodio, sino cómo transcurrió mi búsqueda. La naturalidad profesional con que mis compañeros encararon el asunto. Conservo los télex cruzados entre Madrid y El Cairo, y en todos se asume mi desaparición como algo normal: un percance propio del oficio de reportero y del lugar peligroso donde me tocaba currar. En las tres semanas que fui presunto cadáver, nadie se echó las manos a la cabeza, ni fue a dar la brasa al ministerio de Asuntos Exteriores, ni salió en la tele reclamando la intervención del Gobierno, ni pidió que fuera la Legión a rescatar mis cachos. Ni compañeros, ni parientes. Ni siquiera se publicó la noticia. Mi situación, la que fuese, era propia del oficio y de la vida. Asunto de mi periódico y mío. Nadie me había obligado a ir allí.
Mucho ha cambiado el paisaje. Ahora, cuando a un reportero, turista o voluntario de algo se le hunde la canoa, lo secuestran, le arreglan los papeles o se lo zampan los cocodrilos, enseguida salen la familia, los amigos y los colegas en el telediario, asegurando que Fulano o Mengana no iban a eso y pidiendo que intervengan las autoridades de aquí y de allá -de sirios y troyanos, oí decir el otro día-. Eso tiene su puntito, la verdad. Nadie viaja a sitios raros para que lo hagan filetes o lo pongan cara a la Meca, pero allí es más fácil que salga tu número. Ahora y siempre. Si vas, sabes a dónde vas. Salvo que seas idiota. Pero en los últimos tiempos se olvida esa regla básica. Hemos adquirido un hábito peligroso: creer que el mundo es lo que dicen los folletos de viajes; que uno puede moverse seguro por él, que tiene derecho a ello, y que Gobiernos e instituciones deben garantizárselo, o resolver la peripecia cuando el coronel Tapioca se rompe los cuernos. Que suele ocurrir.
Esa irreal percepción del viaje, las emociones y la aventura, alcanza extremos ridículos. Si un turista se ahoga en el golfo de Tonkín porque el junco que alquiló por cinco dólares tenía carcoma, a la familia le falta tiempo para pedir responsabilidades a las autoridades de allí -imagínense cómo se agobian éstas- y exigir, de paso, que el Gobierno español mande una fragata de la Armada a rescatar el cadáver. Todo eso, claro, mientras en el mismo sitio se hunde, cada quince días, un ferry con mil quinientos chinos a bordo. Que busquen a mi Paco en la Amazonia, dicen los deudos. O que nos indemnicen los watusi. Lo mismo pasa con voluntarios, cooperantes y turistas solidarios o sin solidarizar, que a menudo circulan alegremente, pisando todos los charcos, por lugares donde la gente se frota los derechos humanos en la punta del cimbel y una vida vale menos que un paquete de Marlboro. Donde llamas presunto asesino a alguien y tapas la cara de un menor en una foto, y la gente que mata adúlteras a pedradas o frecuenta a prostitutas de doce años se rula de risa. Donde quien maneja el machete no es el indígena simpático que sale en el National Geographic, ni el pobrecillo de la patera, ni te reciben con bonitas danzas tribales. Donde lo que hay es hambre, fusiles AK-47 oxidados pero que disparan, y televisión por satélite que cría una enorme mala leche al mostrar el escaparate inalcanzable del estúpido Occidente. Atizando el rencor, justificadísimo, de quienes antes eran más ingenuos y ahora tienen la certeza desesperada de saberse lejos de todo esto.
Y claro. Cuando el pavo de la cámara de vídeo y la sonrisa bobalicona se deja caer por allí, a veces lo destripan, lo secuestran o le rompen el ojete. Lo normal de toda la vida, pero ahora con teléfono móvil e Internet. Y aquí la gente, indignada, dice qué falta de consideración y qué salvajes. Encima que mi Vanessa iba a ayudar, a conocer su cultura y a dejar divisas. Y sin comprender nada, invocando allí nuestro código occidental de absurdos derechos a la propiedad privada, la libertad y la vida, exigimos responsabilidades a Bin Laden y gestiones diplomáticas a Moratinos. Olvidando que el mundo es un lugar peligroso, lleno de hijos de puta casuales o deliberados. Donde, además, las guerras matan, los aviones se caen, los barcos se hunden, los volcanes revientan, los leones comen carne, y cada Titanic, por barato e insumergible que lo venda la agencia de viajes, tiene su iceberg particular esperando en la proa.
ARTURO PEREZ-REVERTE
http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/440/el-sindrome-del-coronel-tapioca/
lunes, 2 de agosto de 2010
A JESÚS, EL DELINCUENTE
Observando hace unos días uno de los magníficos pasos de Semana Santa de Valladolid, junto al catedrático Antonio Piñero y a don Gonzalo Puente Ojea, me vinieron a la cabeza algunas reflexiones. Este año, la fiesta religioso-festiva ha tenido lugar en el mes de marzo, lo que permite que la climatología inestable pase factura, tanto a quienes dedican este tiempo al ocio, como a quienes a vivir los ritos que ilustran sus creencias.
En Sed tengo, quizá la primera obra procesional del genial Gregorio Fernández, datada entre 1612 y 1616, aparece Cristo Crucificado acompañado de cinco sayones. Uno lleva una lanza, otro clava el cartel de INRI, y un tercero acerca a los labios del ajusticiado una esponja con hiel y vinagre. En primer término dos personajes más juegan a los dados.
¿Dónde estaría hoy Jesús de Nazaret? ¿Y dónde el resto de los personajes que representaron en vivo aquella supuesta primera pasión? ¿Con quienes identificarlos en un tiempo turbulento y equívoco como el que vivimos?
No es fácil contestar a estas preguntas, y es lógico que haya muchísimas respuestas distintas. Yo tengo la mía, por supuesto, y la voy a compartir con todos los que esto lean, a tenor de otros sucesos recientes que tienen raíces en recovecos profundos y oscuros del ser humano. A lo largo de la historia, hemos dado muestras de que en nuestro interior habitan más demonios individuales y colectivos de los que aceptamos y reconocemos desde la soberbia, primer pecado contra Dios protagonizado por un ser espiritual superior: Luzbel, el Ángel Caído.
Este querubín arrojado de la diestra del Padre por el Arcángel Miguel, es desde los tiempos de su aparición, el símbolo de la parte negativa del hombre, contraprestada de algún modo por el Hijo, como figura que le vencerá para que el bien prevalezca. Será necesaria, precisamente la inmolación de éste para redimir a los seres humanos de su entrega a esa parte negativa que vive con nosotros permanentemente.
La maldad real y la decretada
¿Por qué se tiende a la maldad, entendida como daño a otro en su persona o cosas? ¿Existen realmente demonios que excitan lo más bajo de nosotros para que entremos en colisión con el prójimo? Porque no nos debemos engañar, todo lo que afecta al hombre es función de sí mismo. El daño a la naturaleza o a posesiones como animales, se interpreta y se legisla en función de los perjuicios a nuestros semejantes, no a la cosa en sí misma. No importa el pájaro muerto, sino el perjuicio a su dueño, sea de la naturaleza que éste sea.
Pero también se causa o se recibe daño por la actitud derivada de las creencias, o lo que es lo mismo, por las ideas que pueden generar acciones. En Sobre la Libertad, año 1859, John Stuart Mill se expresa a favor de la libertad de opinión y discusión por ser necesarias para el bienestar intelectual de especie humana, y hace depender de ello al bienestar moral y material. Sin embargo la experiencia nos demuestra que la idea también ha de ser perseguida si alguien cree que le afecta negativamente.
En este sentido, Jesús hoy día sería tan perseguido como entonces, porque el mensaje que se desprende de sus enseñanzas recogidas en los Evangelios representa un punto de rebeldía en contra del sistema. En su tiempo éste estaba determinado por el poder de Roma y el subpoder de los políticos y clérigos judíos. Hoy este puesto estaría representado por los poderosos de nuestro tiempo, y sus brazos ejecutores, encargados de reprimir todo cuanto pueda violentar o cuestionar a la dirección superior. Qué no se engañen pues quienes acuden a las procesiones vestidos de uniforme. Ellos son los soldados romanos de nuestro tiempo, que deben obedecer a los Pilatos y Caifases modernos.
La cuestión es muy interesante de analizar, porque la Cruz no es sino el rito solemne y final de la maldad decretada, que en sí misma no tiene porque ser la maldad real. ¿Perjudicaban las ideas de Jesús a quienes no estaban en el poder? Todo lo contrario, su palabra era síntoma de liberación. Y la libertad no significa capacidad de obrar, sino de elegir destino.
Hace no muchos días, tengo que insistir en ello una y otra vez, asistimos a un homenaje a Juan Antonio Cebrián, cuya liturgia fue la plantación de árboles donde no hace mucho se habían quemado, seguido de actos de confraternidad entre quienes le admirábamos y seguíamos.
El incendio desafortunado que había arrasado aquellos bosques era una maldad real, atribuible al descuido y al azar. Pero la maldad decretada vino cuando los políticos no se pusieron de acuerdo por sus celos autonómicos para la extinción del mismo. Y trajo consigo otros decretos igual de malvados, como el de la prohibición total de andar libremente por aquellos pagos, aunque la inmensa mayoría de las personas sean cuidadosas y buenas y no deseen ningún mal al lugar ni a sus cosas.
¿Cómo se puede reprimir o prohibir el deseo de ponerse en contacto con el Universo bajo las estrellas? ¿Cómo se puede impedir que alguien quiera escuchar la noche y sus sonidos? ¿Cómo se puede tapar la nariz que necesita sentir el aroma de la noche bajo los árboles? ¿Que cuerpo represor iría a detener al delincuente Jesucristo a la cima del Monte Tabor, y de paso se llevaría a todos cuantos le acompañaran?
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la Tierra.
Que propósito tan noble e irreal. La Tierra está en realidad en manos de quienes poseen la máquina de decretar la maldad. Y si no que se lo pregunten a los oriundos de Norteamérica, que por querer habitar la tierra de sus antepasados fueron masacrados por una fuerza diabólica que les mataba en nombre de Dios, como tantas otras veces ha sucedido y sucederá.
Jesús hoy sería tan delincuente como entonces..., y por supuesto ajusticiado, empapelado, sancionado, reprimido. No habrá perdón para él, ni para quienes le sigan. Es un símbolo, y como tal molesta incluso a quienes le reivindican con ritos emocionados y luego van a sus despachos a elaborar normas y decretos que contravienen sus enseñanzas.
Hay poco interés en enseñar, en educar. Sólo interesa prohibir, entre otras cosas porque a los romanos les sale muy rentable.
Juan Ignacio Cuesta
En Sed tengo, quizá la primera obra procesional del genial Gregorio Fernández, datada entre 1612 y 1616, aparece Cristo Crucificado acompañado de cinco sayones. Uno lleva una lanza, otro clava el cartel de INRI, y un tercero acerca a los labios del ajusticiado una esponja con hiel y vinagre. En primer término dos personajes más juegan a los dados.
¿Dónde estaría hoy Jesús de Nazaret? ¿Y dónde el resto de los personajes que representaron en vivo aquella supuesta primera pasión? ¿Con quienes identificarlos en un tiempo turbulento y equívoco como el que vivimos?
No es fácil contestar a estas preguntas, y es lógico que haya muchísimas respuestas distintas. Yo tengo la mía, por supuesto, y la voy a compartir con todos los que esto lean, a tenor de otros sucesos recientes que tienen raíces en recovecos profundos y oscuros del ser humano. A lo largo de la historia, hemos dado muestras de que en nuestro interior habitan más demonios individuales y colectivos de los que aceptamos y reconocemos desde la soberbia, primer pecado contra Dios protagonizado por un ser espiritual superior: Luzbel, el Ángel Caído.
Este querubín arrojado de la diestra del Padre por el Arcángel Miguel, es desde los tiempos de su aparición, el símbolo de la parte negativa del hombre, contraprestada de algún modo por el Hijo, como figura que le vencerá para que el bien prevalezca. Será necesaria, precisamente la inmolación de éste para redimir a los seres humanos de su entrega a esa parte negativa que vive con nosotros permanentemente.
La maldad real y la decretada
¿Por qué se tiende a la maldad, entendida como daño a otro en su persona o cosas? ¿Existen realmente demonios que excitan lo más bajo de nosotros para que entremos en colisión con el prójimo? Porque no nos debemos engañar, todo lo que afecta al hombre es función de sí mismo. El daño a la naturaleza o a posesiones como animales, se interpreta y se legisla en función de los perjuicios a nuestros semejantes, no a la cosa en sí misma. No importa el pájaro muerto, sino el perjuicio a su dueño, sea de la naturaleza que éste sea.
Pero también se causa o se recibe daño por la actitud derivada de las creencias, o lo que es lo mismo, por las ideas que pueden generar acciones. En Sobre la Libertad, año 1859, John Stuart Mill se expresa a favor de la libertad de opinión y discusión por ser necesarias para el bienestar intelectual de especie humana, y hace depender de ello al bienestar moral y material. Sin embargo la experiencia nos demuestra que la idea también ha de ser perseguida si alguien cree que le afecta negativamente.
En este sentido, Jesús hoy día sería tan perseguido como entonces, porque el mensaje que se desprende de sus enseñanzas recogidas en los Evangelios representa un punto de rebeldía en contra del sistema. En su tiempo éste estaba determinado por el poder de Roma y el subpoder de los políticos y clérigos judíos. Hoy este puesto estaría representado por los poderosos de nuestro tiempo, y sus brazos ejecutores, encargados de reprimir todo cuanto pueda violentar o cuestionar a la dirección superior. Qué no se engañen pues quienes acuden a las procesiones vestidos de uniforme. Ellos son los soldados romanos de nuestro tiempo, que deben obedecer a los Pilatos y Caifases modernos.
La cuestión es muy interesante de analizar, porque la Cruz no es sino el rito solemne y final de la maldad decretada, que en sí misma no tiene porque ser la maldad real. ¿Perjudicaban las ideas de Jesús a quienes no estaban en el poder? Todo lo contrario, su palabra era síntoma de liberación. Y la libertad no significa capacidad de obrar, sino de elegir destino.
Hace no muchos días, tengo que insistir en ello una y otra vez, asistimos a un homenaje a Juan Antonio Cebrián, cuya liturgia fue la plantación de árboles donde no hace mucho se habían quemado, seguido de actos de confraternidad entre quienes le admirábamos y seguíamos.
El incendio desafortunado que había arrasado aquellos bosques era una maldad real, atribuible al descuido y al azar. Pero la maldad decretada vino cuando los políticos no se pusieron de acuerdo por sus celos autonómicos para la extinción del mismo. Y trajo consigo otros decretos igual de malvados, como el de la prohibición total de andar libremente por aquellos pagos, aunque la inmensa mayoría de las personas sean cuidadosas y buenas y no deseen ningún mal al lugar ni a sus cosas.
¿Cómo se puede reprimir o prohibir el deseo de ponerse en contacto con el Universo bajo las estrellas? ¿Cómo se puede impedir que alguien quiera escuchar la noche y sus sonidos? ¿Cómo se puede tapar la nariz que necesita sentir el aroma de la noche bajo los árboles? ¿Que cuerpo represor iría a detener al delincuente Jesucristo a la cima del Monte Tabor, y de paso se llevaría a todos cuantos le acompañaran?
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la Tierra.
Que propósito tan noble e irreal. La Tierra está en realidad en manos de quienes poseen la máquina de decretar la maldad. Y si no que se lo pregunten a los oriundos de Norteamérica, que por querer habitar la tierra de sus antepasados fueron masacrados por una fuerza diabólica que les mataba en nombre de Dios, como tantas otras veces ha sucedido y sucederá.
Jesús hoy sería tan delincuente como entonces..., y por supuesto ajusticiado, empapelado, sancionado, reprimido. No habrá perdón para él, ni para quienes le sigan. Es un símbolo, y como tal molesta incluso a quienes le reivindican con ritos emocionados y luego van a sus despachos a elaborar normas y decretos que contravienen sus enseñanzas.
Hay poco interés en enseñar, en educar. Sólo interesa prohibir, entre otras cosas porque a los romanos les sale muy rentable.
Juan Ignacio Cuesta
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